Por una vez, me gusta un vampiro

Los mejores episodios de Spike en Buffy, cazavampiros (Introducción)

[OJO, lo que viene a continuación son spoilers tras spoilers. Si no has visto Buffy, cazavampiros, te aconsejo que no leas este artículo]

Siempre he sentido debilidad por los personajes de corazón puro que no pueden evitar hacer lo correcto porque el altruismo forma parte de su naturaleza, y cuyo idealismo sirve de guía para quienes les rodean en un mundo donde las fronteras entre el bien y el mal son cada vez más difusas. De hecho, uno de los motivos por los que me confieso una apasionada de la ficción fantástica es, precisamente, en busca de este tipo de figuras que renuevan mi fe en la especie humana; y es que nada merece más mi rendida admiración que la bondad, «el único signo de superioridad que conozco», como decía Beethoven. En cambio, la más moderna figura del antihéroe, que asume rasgos heroicos tras un proceso de aprendizaje o una epifanía, siempre me ha resultado agradable y cercana, pero nunca me la he tomado demasiado en serio, porque sus virtudes suelen estar imbricadas con rasgos de personalidad tan corrientes que le hacen perder su hálito de excepcionalidad. Además, si un protagonista con pies de barro pudo haber sido un concepto novedoso en el pasado, hoy está más trillado que el del héroe nacido para serlo, un perfil de personaje que ha quedado en segundo plano al no resultar tan popular. Y mi postura ante los villanos fascinantes es todavía más radical: me pueden gustar por el gran juego que dan como complementos o antagonistas, pero raramente me he hecho fan de alguno de ellos. No es casualidad, pues, que de Star Wars prefiera a Luke Skywalker que a Han Solo, que del UCM mi ojito derecho sea Steve Rogers, que siempre haya sido de Superman y no de Batman, o que Frodo sea mi favorito en El señor de los anillos. Evidentemente, lo que a veces propicia, sobre todo cuando se trata de producciones audiovisuales, que nos inclinemos hacia uno u otro personaje, no solo tiene que ver con nuestras preferencias personales, sino también con ciertos elementos de la plasmación final de dichos personajes, que van desde sus diálogos hasta la forma en la que el director o el guionista incide sobre ellos, pasando por sus atuendos e intérpretes o las líneas argumentales que protagonizan, y llegando a la dinámica que mantienen con el resto de criaturas de la pieza. De ahí que, excepcionalmente, alguna figura alejada de un perfil heroico clásico1 me haya parecido muy atractiva e interesante.

Buffy es acechada por Spike.

Este prólogo es para dejar claro lo sorprendente que ha sido para mí la progresiva fascinación que me ha ido provocando el personaje de Spike, hasta el extremo de que otros que se cuentan entre mis favoritos de Buffy, cazavampiros, mucho más acordes con mi inclinación hacia los buenazos ―Willow, Oz o la propia Buffy―, se han visto relegados por mi adoración sin límites hacia el vampiro londinense. A diferencia de la mayor parte de gente de mi generación, no vi esta serie en mi adolescencia, básicamente porque en los años 90 hubo una tendencia a convertir en héroes románticos a los vampiros que me sacaba de quicio —y no sabía todavía lo que se avecinaba con Crepúsculo, ¡angelito!—, puesto que, para mí, resultaba aberrante olvidar que eran los villanos de la función: los peores entre todos ellos, en verdad. Por mucho que pudieran ser cautivadores en tanto obvia metáfora del deseo carnal y la adicción, y fueran idóneos como adversarios elegantes y taimados, no dejaban de ser los malos malísimos, al carecer de excusa alguna para comportarse como lo hacían. Quiero decir que no tenían el aliento trágico de otros monstruos clásicos como el hombre lobo o la criatura de Frankenstein, sino que simplemente eran unos redomados egocéntricos y hedonistas, que lograban la inmortalidad a costa de la muerte ajena. Vamos, como multimillonarios acumulando cada vez más fortuna a base de la explotación y el sufrimiento de los más débiles. En este sentido, es irónico pero mi visión acerca de los chupasangres era similar a la del creador de la serie, Joss Whedon. Sin embargo, como yo lo ignoraba, y encima tuve la mala suerte de asistir a un pase en el Festival de Sitges de la boba película de la que partía el show, pues lo cierto es que nunca tuve intención de verlo. Todo cambió con la llegada de las plataformas de streaming y la recuperación de clásicos televisivos en ellas. Ya granadita, y sin haber renunciado nunca a mi innata inclinación hacia (casi) todo lo friki, desde los cómics de superhéroes, los filmes de terror y ciencia ficción clásicos, el shōjo o Doctor Who, ya conocía y apreciaba la obra de Whedon por otros de sus proyectos (Firefly, Agentes de SHIELD...). Dado que por Internet mucha gente insistía en que Buffy, cazavampiros, a pesar del horrendo nombre de la serie, y de su justa factura visual, era mucho más de lo que parecía, es decir, mucho más que un espacio de TV fantástico y de serie B hecho para adolescentes nerds con poco criterio, finalmente, por agotamiento, aburrimiento y confinamiento, decidí darle una oportunidad.

El dominio de las estacas de Buffy es antológico.

Y creo que ha sido una suerte poder verla de esta manera, sin los condicionantes de la audiencia, las esperas semanales, las pausas entre temporadas o incluso en medio de ellas, los anuncios, etc., etc., porque ello ha propiciado que no tuviera tiempo para crearme falsas expectativas respecto al desarrollo argumental, inevitables cuando tienes imaginación y estás muy enganchado a una serie. Ya indagando a posteriori sobre las filias y las fobias más comunes entre los fans de Buffy, cazavampiros, no me ha extrañado que mis disensiones con relación a ellas sean tan abundantes, lo que probablemente se produzca por dos razones: de un lado, mi edad, muy alejada de la de sus tres protagonistas principales (Buffy, Willow y Xander), en contraste con la proximidad generacional que tendrían la mayoría de los seguidores del serial cuando lo vieron por primera vez; y del otro, ese elemento que apuntaba de fantasear con desarrollos potenciales que nunca llegaron a producirse. Como ejemplo de mis inclinaciones más «heterodoxas», citar mi disfrute de todo lo relativo a la Iniciativa, incluido, y sobre todo, Riley, o mi preferencia por la sexta temporada, a mi juicio la mejor del programa, precisamente por todos los motivos que hacen que muchos fans la aborrezcan. En todo caso, estoy diciendo una obviedad al señalar que en lo que resulto terriblemente convencional es en mi debilidad por Spike, uno de los personajes más populares del Buffyverso.

El núcleo duro de los Scoobies

Por supuesto, no puedo hablar por el resto de sus admiradores, pero lo que poco a poco fue conquistándome del vampiro rubio oxigenado fue su rara cualidad de resultar a la vez malvado y entrañable; sí, entrañable, un adjetivo que sé que no suele usarse al hablar de Spike, pero que, analizando atentamente su perfil psicológico, le viene como anillo al dedo. Porque no hay duda de que el humano que una vez fue, convertido en monstruo por obra del azar, sigue habitando dentro de él. Y si su feroz disfrute del mal, y su truculenta forma para aplicarlo, responden tanto a su inteligencia como a su lado monstruoso, esa involuntaria capacidad para ponerse en ridículo a causa de lo exaltado y profundo de sus sentimientos2 es la permanencia, reducida a su mínima expresión, de sus rasgos de personalidad originales. Si a ello se le añade una agudeza psicológica excepcional, una actitud rebelde y contestataria y un humor sarcástico, que a menudo no vacila en emplear consigo mismo, incluso a pesar de su desorbitado ego, tenemos a un personaje tan contradictorio y polifacético que casi parece de carne y hueso. La complejidad de sus reacciones emocionales y mentales; su dualismo entre lo patético y lo guay; su amoralidad y egoísmo, templados por una forma de amar absoluta, sin medida y sin instinto de preservación; su cuidado look, prueba de su vanidad... todo ello crea un carácter increíblemente humano y realista, da igual que no le lata el corazón, no respire o sea inmortal. En verdad, todo lo que lamentablemente he echado en falta en el personaje de Angel desde el minuto uno v. gr. un buen actor a cargo del papel y un desarrollo del mismo trabado y verosímil es lo que hace destacar a Spike y le da su arrollador carisma. Habida cuenta de que, encima, el chupasangre inglés es de las pocas cosas que Joss Whedon y su equipo tuvieron que improvisar a partir de mediados de la segunda temporada, cuando, ante la positiva respuesta de la audiencia al personaje, decidirían no matarlo, tiene más mérito que dé la sensación de que su intrincada evolución esté calculada desde su primera aparición en pantalla, por lo orgánica y creíble que resulta.

Imagen promocional de James Marsters como Spike en su cripta.

He dicho al principio de esta introducción que me pirran las figuras de los héroes clásicos; pero con Spike tengo un villano fascinante, un antihéroe, un secundario cómico y un héroe puro todo en uno. Y lo que es incluso más meritorio: siempre siendo esencialmente él mismo, con lo que sus actos más nobles son tan coherentes con su temperamento como los más execrables. Porque es cierto, pongamos por caso, que al Spike con alma no le apasiona asesinar como sí le encantaba al Spike 100% vampiro, pero, a diferencia de Angel, ello no lo convierte en una persona completamente distinta: su socarronería, su arrogancia, su sentimentalismo, su impulsividad... siguen siendo las mismas. Hasta tal punto me ha deslumbrado la brillante configuración de este personaje, toda una sorpresa para mí a estas alturas de la vida, acostumbrada a que casi nada me tome ya desprevenida, y menos en la ficción de género, que se ha convertido en una auténtica obsesión. Y una forma de exorcizarla ha sido llevar a cabo un análisis de los que considero los veinte mejores episodios de Spike.

Desde luego, y como sucede en todo compendio de este tipo, ha habido cosas que he tenido muy claras enseguida ―léase qué episodios ocuparían la posición primera y última― y otras que han ido surgiendo lentamente, conforme revisitaba con detenimiento la serie. En todo caso, y más allá de mi gusto subjetivo, por desgracia nunca exento por completo de cualquier estudio ponderado, he tratado que todos ellos fueran episodios en los que, o bien Spike tuviera un comportamiento especialmente ejemplar y/o encantador, o bien resultaran imprescindibles para comprender su encaje y desarrollo dentro de Buffy, cazavampiros, o bien nos mostraran una nueva faceta de su poliédrico carácter, o bien, finalmente, el vampiro destacara por algún motivo en concreto3. De ahí que no siempre los mejores capítulos se hallen en los puestos más destacados, dado que no estoy juzgando la calidad global de los mismos, sino el papel de un personaje en concreto en ellos. De esta guisa, he tratado de comprender por qué me encandila con semejante intensidad una figura a priori tan alejada de mis gustos más habituales y, al hacerlo, no solamente he vislumbrado dónde radica el inusual poder de seducción del personaje, sino que a la vez he sido capaz de entenderme un poco más a mí misma. Por ello he querido compartir mis reflexiones sobre Spike con vosotros/as: quizás también os puedan servir para comprenderos un poco más.


1 Pienso, por ejemplo, en Elim Garak de Star Trek: Espacio Profundo 9 o en Severus Snape de la saga Harry Potter.
2 Por cierto, un atributo, el de sentir desmedidamente, muy típico de los héroes clásicos.
3 Eso explica, por ejemplo, que un episodio que suele contarse entre los mejores de Spike como «Tabula Rasa» no aparezca en mi selección; y es que, a mi juicio, aunque el vampiro inglés está muy gracioso aquí, no lo está más que Anya y Giles, mientras que, temáticamente hablando, lo importante es la relación de Tara y Willow. Y por supuesto también me dejo en el tintero aquellos capítulos en los que el personaje tiene una importancia/presencia menor, a pesar de que su intervención nos legue algunos de los mejores gags de la serie, como sucede en «Pangs» o «No Place Like Home», por citar solo dos casos muy emblemáticos.

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