18. «Smashed» T6, Ep. 09

Este artículo forma parte de una Lista de los mejores episodios de Spike

Siendo este un episodio insoslayable dentro de la historia de Spike, era obligatorio que formara parte de mi lista. Vaya por delante, empero, que nuestro chupasangre favorito aquí está especialmente irritante y desagradable, algo que, por otro lado, resulta comprensible, dada su frustración ante la contradictoria actitud de Buffy, que un día parece abrasarse de pasión por él y, al siguiente, ni siquiera soporta dirigirle la palabra. Aun así, el guion de Drew Z. Greenberg no es nada ambiguo en su voluntad de recordarnos qué clase de criatura es en realidad Spike, puesto que, en cuanto cree que su chip no funciona, lo primero que hace es intentar zamparse a una pobre chica. Ello prueba, además, que la protagonista no va desencaminada al tratarlo con cajas destempladas cuando la atosiga declarándole lo mucho que ha cambiado. De todos modos, tampoco puede decirse que Buffy se comporte aquí de una manera ejemplar, pues, aunque a veces para aguantar al vampiro inglés haría falta la paciencia de un santo, la heroína hace gala de una desproporcionada dureza verbal y física con él, doblemente inapropiada porque sabe que la ama y, sobre todo, porque cree que Spike no puede defenderse. Teniendo en cuenta que, ya desde finales de la temporada anterior, Buffy ha estado utilizándolo como músculo adicional y como hombro sobre el que llorar, es más bien la rabia que siente hacia sí misma por estar a gusto a su lado como le confiesa, muy borracha, en «Life Serial» lo que la joven está exteriorizando cada vez que se encuentran. Si no estuviera atormentada por la sensación de pérdida ante un paraíso reemplazado por una agobiante cotidianidad; por el rencor soterrado hacia los que quiere al haberla resucitado y, de alguna forma, abandonado; por la vergüenza de ansiar huir de sus responsabilidades místicas y terrenas, etc., etc., quizás Buffy podría aceptar, sin enorgullecerse pero sin convertilo tampoco en un purgatorio, que ese vampiro sin alma le gusta. Pero esa admisión es lo único que le falta para acabar de odiarse a sí misma definitivamente.

Amy, de nuevo como humana, sostiene una extraña conversación con Buffy.

No es casualidad que el título del episodio se haga eco de la casa medio en ruinas ―correlato de la psique de Buffy― que la slayer y Spike harán añicos a base de violencia y de sexo; porque la secuencia en la que se consuma por primera vez su peliagudo affaire cuenta con un tono tan excesivo que simultáneamente nos cautiva y nos abochorna. Narrada en paralelo a la salida nocturna de Willow y Amy, la lóbrega fotografía de Raymond Stella, el precipitado montaje en corto o la grandilocuencia de la partitura de Thomas Wanker indican que estamos, no solo ante un momento trascendental, sino marcado por un signo desasosegante. Así, mientras los puñetazos de ambos se convierten en ósculos igual de apasionados y salvajes, se derrumba el último atisbo de sensatez y normalidad de Buffy junto con las paredes que los rodean: es significativo que sea ella quien dé el primer golpe y el primer beso, y quien inicie el coito. Por su parte, Spike no hará más que seguir el mismo patrón de conducta al que se ciñe desde que supo que amaba a la cazadora: doblegarse a todos sus deseos siempre que ello no implique dejar de formar parte de su vida. Incluso su malévola alegría al descubrir que no es su chip, sino Buffy, lo que está «defectuoso», le sirve de estilete para derrumbar sus muros y no de acicate para sacudirse su adoración de encima. En cualquier caso, ello hace que «disfrutemos» de nuevo del Spike más intrigante y ominoso, como muy bien sintetiza su sibilina sonrisa cuando constata que pegar a Buffy no le ha causado dolor: una expresión logradísima por parte de Marsters, magníficamente realzada por el oportuno zum de Turi Meyer.









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