20. «Becoming: part 2» T2, Ep. 22

Este artículo forma parte de una Lista de los mejores episodios de Spike

El cierre de la segunda temporada de Buffy, cazavampiros demuestra hasta qué punto la serie había dado un salto exponencial respecto a su primera etapa. Sin duda, el arco narrativo conformado por «Becoming: part 1» y «Becoming: part 2» es uno de los mejores de todo el espacio, en el que Joss Whedon, en su doble papel de director y guionista, le dio a su heroína una carga trágica inusitada, con lo que logró algo que se le había resistido previamente, esto es, que el personaje interpretado por Sarah Michelle Gellar nos robara el corazón de una vez por todas. Y aunque es obvio que, a lo largo de sus 44 minutos de duración, lo más importante de «Becoming: part 2» no es la evolución de Spike, sino la tortuosa y finalmente desgarradora relación entre Buffy y su exnovio, hay que señalar que el giro de guion que nos hace ver al vampiro punk con nuevos ojos es uno de los grandes momentos secundarios del capítulo, junto con el descubrimiento por parte de Joyce de las actividades sobrehumanas de su hija o el calvario al que es sometido Giles.

Buffy salva al mundo matando a Angel.

Desde luego, como los celos de Spike hacia Angelus ya se habían ido evidenciando con anterioridad, su «traición» no resulta sorprendente; pero lo que sí nos toma desprevenidos es la manera en como se concreta dicho cambio de bando. Porque Spike no solo se atendrá a la palabra dada a Buffy y se irá de Sunnydale con Drusilla, sino que, encima, con la intención de convencer a su némesis de la sinceridad de la alianza que le propone, le confesará que los planes de Angelus le parecen una completa locura. De pronto, el que había empezado siendo el gran villano de esta tongada de episodios, eclipsado luego por la maldad en estado puro de su antiguo mentor, habla con una sarcástica tranquilidad, mientras se enciende un cigarrillo, del comportamiento absurdo y desquiciado de muchos de sus congéneres, que quieren destruir la realidad que a él tanto le gusta, y acabar así con las carreras de perros, el Manchester United y millones de apetitosas personas a las que hincar el diente. Con una sonrisa tan encantadora como irónica riéndose de la situación y de sí mismo, Spike afirma: «Quiero salvar el mundo». Y no miente. Atónitos, los espectadores comprendemos que ese monstruo conscientemente feliz de serlo posee una visión pragmática y egoísta, y por tanto muy humana, de la existencia, lo que reafirma su diferencia respecto a los otros villanos de Buffy, cazavampiros hasta el momento. La escasez de recursos con la que Whedon filma la conversación entre ambos enemigos, apenas un conjunto de estáticos planos/contraplanos, centra la atención del espectador en las expresiones de los dos, además de dar cancha a Marsters y Gellar para declamar con total verismo sus líneas. Y lo que termina de redondear esta nueva faceta de Spike es la plasmación específica de su estrategia para detener a Angelus, puesto que tiene lugar en casa de la protagonista, ante una muy alarmada Joyce. Las pocas palabras que intercambian la madre de Buffy y el vampiro británico propician auténticas perlas de humor cotidiano, lo que todavía incrementa más la inusitada proximidad de Spike con el espectador. En última instancia, el hecho de que Whedon decida «indultarle» y también a Drusilla del castigo de rigor al que son sometidos todos los malvados del serial (la muerte) se diría que no solo responde a un posible retorno de dos personajes tan carismáticos, sino también a insinuar una complejidad y ambigüedad en ellos inexistente en el Maestro o Angelus, y que, por fortuna, serían dos particularidades que ya formarían parte del personaje de Spike para siempre.




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