5. «Lies My Parents Told Me» T7, Ep. 17

Este artículo forma parte de una Lista de los mejores episodios de Spike

Es este un episodio mucho más solemne de lo habitual en una serie que se distingue por el tono ligero de la mayoría de sus tramas. ¿El motivo? Posiblemente, la enjundia de su temática de fondo ―la complejidad de los lazos entre los progenitores y sus vástagos―, que se ve concretada en las relaciones de Spike, Robin y Buffy con sus respectivas figuras paternas. De hecho, acabado el visionado de «Lies My Parents Told Me», no hay demasiados resquicios para el optimismo acerca del influjo, a menudo opresivo, de nuestros padres sobre nuestras vidas, lo que explica que el lazo paternofilial más relevante del programa el de la protagonista con Giles termine por mostrar su peor faceta; así, Rupert manipula y engaña a su «hija adoptiva» porque está convencido de que tiene razón y de que ella, eventualmente, acabará por dársela, mientras que Buffy lo apartará con contundencia de su lado, a pesar de que su forma de enfocar su misión como cazavampiros sea en realidad idéntica a la de su mentor. Esta doble moral de la que hace gala la heroína también guía los actos del director Wood, aunque en sentido contrario: si sirve para culpar, con demasiado rigor, a Giles, en cambio exime con demasiada blandura a Nikki, cuya negligencia como madre es traspasada a un chivo expiatorio.

«La misión es todo lo que importa». 

Como se ve, ni los hijos ni los padres salen bien parados en ambos casos, lo que hace aún más paradójico el hecho de que sea Spike quien acabe quedando fuera de esta ecuación de mentiras y rencor, al experimentar una epifanía que lo faculta para realizar un acto de compasión insólito en él. En buena medida, David Fury y Drew Goddard hacen una ampliación de lo ya apuntado por Douglas Petrie en «Fool for Love», no solo al desvelarnos otro acontecimiento del pasado del chupasangre punk, sino, sobre todo, al perfilar todavía más su carácter. Concluido el capítulo, es imposible albergar duda alguna de lo sinceras y profundas que son sus emociones, con independencia de que posea alma o no. A partir de aquí, resulta irrefutable: dentro del Buffyverso, irónicamente nadie supera a Spike en capacidad de amar, es decir, en humanidad, con lo bueno y lo malo que implica el término. Al respecto, es muy revelador comparar los actos de Liam con los de William una vez ambos regresan de la tumba: así, mientras el primero se zampa a toda su familia, incluida su adorada hermanita (Angel, T1, Ep. 15), el segundo, en cambio, convierte en vampiro a su madre para salvarla de la enfermedad, y de esta manera poder compartir con ella y Drusilla la eternidad.

«Lies My Parents Told Me» deviene, pues, uno de los episodios más trascendentales para entender la caleidoscópica personalidad de Spike; y que Fury filme la terrible despedida de William y Anne como si se tratara de un cuento de terror gótico, en un claroscuro de tonalidades ocres, infernales, al son de la desasosegante partitura de Duncan, se ajusta a la perfección al secreto dolor que Spike lleva más de un siglo arrostrando. Tristemente, su gesto de amor acaba por encarnar la peor de sus pesadillas; y es que una vampirizada Anne, la única persona que hasta el momento lo ha querido con la misma intensidad que él quiere, lo rechaza de manera extremadamente cruel. Y por si ello no fuera suficiente desolador, los guionistas, en un alarde de sadismo, emplean las connotaciones edípicas del estrecho vínculo entre ambos para que Anne trate de forzar a su hijo al incesto, ante el horror de William, que se ve obligado a matarla. Por las interpretaciones de Marsters y Lagerfelt, por el close up con el que Fury culmina su tensa conversación, por la tenebrosa fotografía de Raymond Stella, por las despiadadas palabras con las que Anne se burla del carácter «blando y sentimental» de su hijo, pocas escenas en Buffy, cazavampiros resultan tan perturbadoras como esta. Y aún podemos dar gracias de que se nos narre en un montaje alterno junto con la pelea entre Spike y Robin, lo que nos da un pequeño respiro para seguir aguantando el espanto que se desarrolla en el interior de ese hogar del Londres victoriano.

La terrible última conversación entre William y su madre

En última instancia, Spike, mediante su lucha por recuperar el control de sí mismo, da una lección de generosidad a todos: primero, al perdonar a su madre, que no era verdaderamente responsable de sus actos; segundo, al admitir el sufrimiento que ello le ha producido y, por consiguiente, al perdonarse a sí mismo; y tercero, al perdonarle la vida a Wood a pesar de la encerrona cuidadosamente planeada por el director para matarle. Si ya sabíamos que el carácter de Spike era de todo menos simple, en el contexto de «Lies My Parents Told Me» su habitual lucidez psicológica suscita que sea el único capaz de superar las variadas animosidades que existen entre padres e hijos, y por tanto el único que se vea positivamente reforzado por lo sucedido durante el capítulo. Lo peor del caso es que dicha circunstancia, más allá de darle un nuevo estrato a la abisal identidad de Spike, es un recordatorio, entre desalentador y educativo, de que, para poder comprender a nuestros padres, es posible que haga falta tanta distancia y experiencia como las propiciadas por una larga vida, un cúmulo de sufrimiento y errores a nuestras espaldas y un proceso de introspección marcado por la culpa, el amor y la esperanza: ahí es nada.








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