6. «Something Blue» T4, Ep. 09

Este artículo forma parte de una Lista de los mejores episodios de Spike

Si existe un episodio que demuestra de manera irrefutable la gran química entre Sarah Michelle Gellar y James Marsters es este. Y por química no nos referimos solo a la física ―que también: la estatura y complexión del actor californiano son más adecuadas para Gellar que las montañas humanas de Boreanaz y Blucas―, sino, especialmente, a la interpretativa. Y es que ambos brillan como nunca cuando comparten plano. Ignoro si el motivo es por su cordial relación tras las cámaras, porque los dos son profesionales generosos con sus partners actorales, porque les escribían los mejores diálogos o, sencillamente, porque hay chispa, ese je ne sais quoi que surge cuando dos personas encajan, da igual en calidad de qué: si como amigos, colegas de trabajo, compañeros de estudio, socios empresariales, miembros de una misma familia o amantes. En todo caso, «Something Blue» consiguió evidenciar esa insospechada química, con lo que devino la involuntaria piedra angular de una de las relaciones sentimentales menos complacientes y más interesantes de la ficción fantástica. Más allá de ello, Tracey Forbes firma un guion tan repleto de desfachatez y simpatía, que contiene, por méritos propios, algunos de los momentos más tronchantes e inolvidables de Buffy, cazavampiros. Para empezar, la línea argumental es la de una screwball comedy de manual, con los personajes puestos en coyunturas inusuales y disparatadas, lo que saca a la luz facetas ocultas ―y por tanto desopilantes― de su personalidad. Que nos riamos con la depresión de Willow, la ceguera de Giles o el acoso demoníaco de Xander es realmente loable, y sin duda los tres están graciosísimos.

Sorbiendo sangre con una cañita de una taza de Giles: no es el momento más glorioso de Spike.

Sin embargo, el auténtico foco de la cadena de despropósitos de «Something Blue» recae sobre Buffy y Spike (tengamos en cuenta el juego de palabras intraducible que da título al capítulo). Hay pocas imágenes más icónicas y divertidas que la del vampiro rubio oxigenado encadenado a una bañera, bien protestando porque no puede ver la tele, bien sorbiendo sangre con una pajita de una taza en la que se lee «Besa al bibliotecario». Y si hablamos de situaciones cómicamente incómodas, debemos hacer un alto en la charla que sostienen Riley y Buffy ante el escaparate de una tienda de vestidos de novia. Pero lo que vale su peso en oro son todas y cada una de las escenas en las que aparecen juntos la cazavampiros y su principal némesis, da igual si es mostrándose un odio enconado o un amor demente. No caben las medias tintas: todo es intenso entre ambos. De ahí que resulten igual de hilarantes sus enfrentamientos y sus arrumacos. La heroica e indómita Buffy exhibe su lado más cursi al planear su boda con Spike, a quien luego protegerá de los demonios con su típica fiereza de slayer. Y el jovial y malvado Spike no solo seguirá burlándose de su «prometida» (aunque ahora con cariño), sino que, con una sonrisa afectuosa, buscará un libro para revertir el hechizo que ciega a Giles porque, «al fin y al cabo, es casi como si fueras mi suegro». En contraste con la infrecuente blandura de Buffy y la imprevista afabilidad de Spike, antes y después del accidental hechizo de Willow únicamente muestran una repugnancia el uno hacia el otro tan exagerada que es imposible no reírse, pues no paran de lanzarse pullas constantemente, como si fueran dos críos compitiendo por ser el centro de atención: no es casualidad que Giles los trate a ambos con la misma condescendencia paternal. ¿Los que se pelean, se desean? ¿Ese duelo por quedarse con la última palabra y ser el más badass patentiza que tienen más en común de lo que creen? Quién sabe. En cualquier caso, su interactuación produce una fuente de placer inagotable, da igual las veces que se revisite este magnífico episodio.






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