1. «Fool for Love» T5, Ep. 07

Este artículo forma parte de una Lista de los mejores episodios de Spike

No es que «Fool for Love» sea el mejor episodio en el que aparece Spike; es que se trata, simple y llanamente, de uno de los mejores de todo Buffy, cazavampiros. Y ello es doblemente meritorio al tratarse de una historia que, por una vez, no supone un punto de inflexión con visos trágicos para la protagonista, es decir, que no muere salvando el mundo, ni su amado se vuelve un monstruo, ni se queda sin poderes... Por el contrario, estamos ante una pieza casi intimista, cuyos 45 minutos pivotan en torno a la larga conversación que mantienen Buffy y Spike una noche en el Bronze, salpimentada por una serie de flashbacks que ilustran las palabras del vampiro inglés, y con un prólogo que explica el porqué de esa inusitada intimidad entre dos jurados enemigos y un epílogo que augura los derroteros por los que irá la relación de ambos personajes a partir de ahora.

El brillante guion de Douglas Petrie, que contiene tres magníficos giros, no por sorpresivos inverosímiles o forzados, es plasmado con muchísima pericia por Nick Marck, que sabe combinar con un efecto cómico, pero también dramático, el presente y el pasado de Spike, hasta culminar en el magnífico montaje alterno entre el Spike de 1977 en el metro de Nueva York y la Buffy de 2002 que lo escucha ante la backdoor del bar-discoteca. Con ese recurso tan vistoso, los artífices del episodio enfatizan la relevancia del estremecedor discurso con el que el chupasangre británico cierra su «lección» de cómo matar a una slayer, gracias a lo cual, además, «Fool for Love» no solo asienta las bases de la compleja personalidad de Spike, sino que nos ofrece una nueva mirada al lado oscuro, oscurísimo, de lo que supone ser una cazavampiros.

«Todas las cazadoras tienen un deseo de muerte: incluso tú.»

De ahí que lo que comienza siendo una excusa para contarnos de cabo a rabo la cruenta historia de William Pratt, alias William El Sanguinario, alias Spike, termine en realidad sirviendo para comprender por qué a Buffy le cuesta tanto admitir la cara más desagradable de su vocación la muerte, «su arte», «su regalo», y por qué, pese a ser Spike una criatura sin alma, actúa y desea con una pasión e intensidad inusitadas. En este sentido, ambos describen a lo largo del metraje un camino de revelación similar sobre la gran fuerza trascendental de nuestra existencia: el amor (no perdamos de vista el significativo título del episodio). Así, mientras que a Buffy, al principio solamente le interesa mejorar como slayer para poder sobrevivir más años, termina tan preocupada por una persona a la que quiere, que es la amenaza de muerte que pesa sobre su madre, y no sobre ella misma, lo que le duele; y como sabe cualquiera que ame de verdad, se cambiaría por Joyce en un santiamén con tal de salvarla. Por lo que respecta a Spike, «Fool for Love» va desgranando lentamente los tres rasgos esenciales de su personalidad, que, contra toda expectativa, nada tienen que ver con la arrogancia o la agresividad, sino, sucesivamente, su capacidad de sentir como un héroe homérico —esto es, honda y desproporcionadamente—, su condición de outsider y su perspicacia psicológica.

En efecto: al contar con más datos sobre el pasado de Spike, seremos conscientes de la mentira que pronuncia ante Buffy al decirle que «siempre he sido malo», ya que como humano era todo lo contrario, un sensible e ingenuo buenazo con corazón de poeta. Y en cuanto sepamos que, una vez vampirizado, no solo se cambió de nombre, sino que incluso transformó su acento, puesto que adoptó voluntariamente el del lumpen londinense, comprenderemos que, marginado entre sus pares de la «buena sociedad», decidió convertirse realmente en un marginado; una posición extrínseca que ya nunca más abandonará. Ello, por otro lado, es la causa subyacente de la última particularidad de su carácter, esa penetrante agudeza con la que es capaz de asomarse a los corazones ajenos; y es que no hay perspectiva más lúcida que la del condenado al ostracismo. No es casualidad que durante más de un siglo amara a Drusilla, otra marginada. Como tampoco es casualidad su mórbida fascinación hacia las slayers: el deseo de muerte que atribuye Spike a las cazadoras se hace eco de su propia atracción suicida hacia ellas. Sobre decir que el Eros y el Tánatos freudianos siempre han estado asociados a las figuras vampíricas; sin embargo, en el caso de Spike tienen unos tintes masoquistas tan marcados que producen hasta rubor.

Tras haber matado Spike a su primera cazadora, comparte un momento de pasión con Drusilla.

Y de esta forma se cierra el círculo, en una pirueta magistral por parte de Petrie, sobre un tipo que se denomina a sí mismo «Big Bad» pero, que, bajo capas y capas de atrocidades, y de sangre, y de decoloración, y de impertinencia, y de cuero, y de cigarrillos, en el fondo sigue siendo un romántico empedernido, un inadaptado, un tonto sin remedio. La secuencia final en el porche trasero del 1630 de Revello Drive expresa un inopinado reconocimiento mutuo entre dos personas que, a pesar de encarnar los dos extremos opuestos del espectro ético —una únicamente pensando en su satisfacción, la otra únicamente pensando en su deber—, tienen, empero, dos poderosas cualidades en común: la primera, conocer de cerca el lado oscuro del mundo, lo que inevitablemente los aleja de la «normalidad», y la segunda, mantener una máscara que esconde una íntima fragilidad. Tantos hilos temáticos en menos de una hora, con una amenidad y sutileza encomiables, cincelan, en definitiva, un episodio prácticamente perfecto.



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