PERSONAJES FAVORITOS: LUKE SKYWALKER

Recopilatorio sobre mis personajes favoritos del audiovisual fantástico. No aparecen siguiendo ningún orden determinado.

Para los de mi generación, el personaje de Luke Skywalker supuso el primer contacto con el «monomito» formulado por el antropólogo Joseph Campbell, en virtud del cual la mayoría de relatos épicos de la historia tienen una estructura circular muy parecida, que describe el periplo de su protagonista desde la tranquilidad de su mundo anodino hasta unas regiones de maravillas sobrenaturales, para acabar por regresar —física o espiritualmente hablando― tras sus aventuras con la capacidad de otorgar favores a sus semejantes. Por el camino se habrá enfrentado a enemigos formidables, habrá tenido tropiezos desgarradores y habrá logrado, al menos, una victoria decisiva.

Imagen promocional de Mark Hamill como Luke Skywalker.

Se puede decir, por tanto, que a través del Luke de la trilogía original1 pude acceder a una versión actualizada del héroe clásico de la mano de George Lucas (que tenía en mente las teorías de Campbell), y a partir de ese momento quedé enamorada de por vida del concepto, el del individuo en apariencia corriente que, sin embargo, termina por encarnar todas las virtudes morales de su sociedad: valentía, generosidad, altruismo, inteligencia...

No es casualidad que, mientras los otros dos pilares de los filmes de los 70-80, Leia Organa y Han Solo, siguen siendo más o menos las mismas personas que la primera vez que los vemos en pantalla, en cambio Luke experimenta una evolución psicológica tan profunda como orgánica, hasta el extremo de que solo Darth Vader2 lo acompaña en ese camino de transformación, y como parte esencial, precisamente, de su conversión de humilde granjero de Tatooine a héroe galáctico. Sin duda, y a pesar de que la historia ya estaba en el magín de Lucas, en buena medida hay que agradecer a la espléndida pluma de Lawrence Kasdan que el desarrollo de Luke resultara tan creíble y coherente.

Lawrence Kasdan, George Lucas y Mark Hamill en el rodaje de El Imperio contraataca.

Así, en la primera entrega de Star Wars conocemos a un postadolescente sobreprotegido por sus tutores y aislado del meollo de la galaxia en un perdido planeta del Borde Exterior, lo que, sumado a su temperamento soñador y entusiasta, le dota de un perfil sin duda simpático y entrañable, pero también muy inmaduro. Por ello, sus actos altruistas a menudo responden más a la imprudencia y al afán de vivir aventuras propio del impulso juvenil que a una auténtica generosidad o valentía, mientras que adolece de una ingenuidad tan profunda que tiende a esperar lo mejor de la vida y de los demás, hasta el punto de dejarse llevar por una positividad en ocasiones exasperante.

Y es que ni siquiera el cruel asesinato de sus tíos o la muerte de su mentor parecen erradicar en él una ilusa confianza en el triunfo de su nueva «familia»: Leia, Han, Chewie, los droides... y, por extensión, el resto de la Alianza rebelde.

Un joven y soñador granjero de humedad contemplando con desazón el atardecer de Tatooine.

No es de extrañar que, confirmadas sus optimistas expectativas sobre quienes le rodean pero, especialmente, sobre sus propias capacidades, al convertirse de la noche a la mañana en el gran héroe de la Rebelión, nos hallemos en El Imperio contraataca ante un Luke muy distinto. Curtido por la batalla y por la constante pérdida de amigos y camaradas, ante el cerco incesante y cada vez más estrecho del régimen imperial, el joven Skywalker parece haber sustituido su antigua ingenuidad por una actitud arrogante y fiera; de ahí que, en vez de motivarle las ansias de ver el gran mundo que tenía a los 19 años, ahora parezca que es el odio al Imperio en general, y a Darth Vader en particular, el catalizador de sus actos. Por su comportamiento temerario en Hoth y Bespin y su gratuita crispación cuando conoce a Yoda, es obvio que Luke se encuentra inquieto, escindido; y si bien la guerra centra todos sus esfuerzos conscientes, es seguir los pasos de su desconocido e idealizado padre —y, de paso, acabar con su asesino― lo que le obsesiona. En parte debido a ello, al hecho de tener la mente y la voluntad en sitios diferentes —como le reprocha muy acertadamente Yoda―, cuanto lleva a cabo Luke a lo largo de esta entrega parece condenado al fracaso. Salvo en su ingeniosa manera de acabar con los aparentemente indestructibles AT-AT, ya desde el mismo inicio del relato, en el que lo vemos a punto de morir a manos de un wampa, una suerte funesta persigue al protagonista.

Montado en un tauntaun, Luke habla con el campamento base en Hoth.

Quizás «manchando» por ese cambio de estado mental, que del optimismo y la ilusión lo ha llevado al resentimiento y a la rabia, Luke irá perpetrando una serie de sucesivos errores, que culminarán en tres estrepitosos fiascos concatenados, cada uno peor que el siguiente: el primero, su actuación en la cueva del lado oscuro, donde se deja llevar por el odio y el miedo y es incapaz de entender el mensaje de fondo que encierra su propio rostro en el casco de Vader; el segundo, cuando, desoyendo los consejos de Yoda, viaja a Ciudad Nube para salvar a sus amigos, y no solo no lo logra, sino que incluso termina por ser salvado él, in extremis, por Leia; y el tercero, cuando el Señor Oscuro lo somete a una inmisericorde cura de humildad, al demostrarle con creces que es infinitamente superior a él tanto física como mentalmente, hasta el punto de que, si no acaba con su vida de inmediato, es porque tiene ulteriores motivos de índole personal para no hacerlo.

Por supuesto, la estocada definitiva de un Luke gravemente herido, derrotado y frustrado será la revelación de su parentesco con su enemigo, en un giro de tintes shakespearianos, con lo que su salto al vacío no responderá tanto a una vía de escape desesperada, sino al shock y al horror, en una huida hacia adelante de una verdad terrible que, en tanto adiestrado en la Fuerza, siente que es cierta.

Y todavía quedaba lo peor de su enfrentamiento en Bespin contra Vader...

Pasada toda esta ordalía, el Luke que emerge en El retorno del jedi es alguien que ha dejado atrás el ego y las rencillas mezquinas, y que sabe poner cuanto le acontece en perspectiva, alterándose, en sentido negativo o positivo, por pocas cosas, gracias a atemperar las situaciones delicadas contra las que se enfrenta con sangre fría y sentido del humor. Por supuesto, ello significa que ya ha empezado a adquirir la actitud vital de un jedi, y por tanto a parecerse a sus dos maestros, aunque en él haya una sustancial diferencia: y es que carece tanto del pragmatismo de Obi-Wan como de la ecuanimidad de Yoda, dado que en su interior sigue habitando el idealista granjero de Tatooine. Lo de hacer justicia y ayudar al prójimo no son conceptos morales abstractos que Luke abrace tras un proceso de introspección intelectual, sino que los vive desde el corazón y las entrañas, por lo que se encuentra más expuesto a dejarse llevar por sus emociones, que, de tan intensas y profundas, pueden volverse peligrosas, como le apunta Kenobi al revelarle que Leia es su melliza.

Con sutileza, pero sin ambigüedad, los responsables del Episodio VI marcan como punto de inflexión del destino del héroe este momento, en el que deja atrás sus aspiraciones románticas hacia la princesa de Alderaan ―por quien, no lo olvidemos, se sintió totalmente fascinado desde la primera vez que la vio―, y en consecuencia renuncia a cualquier atisbo de llevar una vida «normal» en favor de asumir su legado y de apostar por el triunfo de la luz sobre la oscuridad mediante la lucha por el alma de su padre. Eso explica que los momentos en los que Luke y Vader compartan escena en esta película se cuenten entre los mejores de todo Star Wars, al estar dotados de una hondura emocional y de un fatalismo que bebe directamente de Homero y Esquilo. Y es que, como el gran narrador que es, Kasdan nos lleva sin que nos apercibamos de la épica a la elegía, de forma que acabamos junto con Luke llorando la muerte de Darth Vader, ese personaje al que tanto habíamos odiado...

La pira funeraria de Anakin tiene un silencioso testigo.

El precioso plano general de Mark Hamill de espaldas, ante la hoguera que prende el cadáver de su progenitor, evoca como ningún otro en la saga3 la melancólica consciencia de la transitoriedad de la vida y de la necesidad de dejar a nuestro paso actos que perduren, redundando en el bien común. De ahí que el momento álgido de Vader, cuya existencia ha estado plagada de atrocidades, sea salvar la vida de su hijo; o lo que es lo mismo, de apostar por un futuro donde el bien pueda volver a florecer y a expandirse. 

¿Y cuál es el destino final de nuestro héroe una vez ha logrado la proeza que parecía imposible, esto es, hacer regresar a Anakin Skywalker a la luz? Pues de ello nos da una pista el cambio de atuendo de Luke, que no en vano pasa de la pureza y la inocencia simbolizadas por el prístino blanco del Episodio IV a un riguroso luto con detalles de cuero, más impactante si cabe cuando se tiene en cuenta que esta estética se asocia siempre al lado oscuro de la Fuerza. ¿Ello qué significa? Que habiendo probado, como Adán, el fruto del Bien y del Mal, la agridulce sabiduría que adquiere seguidamente es la de quien sí se ha dejado tentar por las mieles del reverso negativo, y que sin embargo ha podido resistirse a ellas, bien es verdad que con un tremendo esfuerzo de voluntad.

El héroe asumiendo finalmente su destino.

En realidad, la adultez de Luke se confirma cuando no niega su vacilación y debilidad, sino que las asume como parte intrínseca de su persona. En el seno de todo lo bueno y positivo también habita lo contrario, y Luke lo ha comprendido con una rotundidad mucho más absoluta de la que, paradójicamente, lo han hecho dos jedi tan nobles y sabios como Obi-Wan y Yoda; tal vez, porque él ha llegado a este conocimiento desde lo experiencial, al ser igualmente el hombre que ha odiado a muerte a su padre o que ha amado nada fraternalmente a su hermana.

En definitiva, ese adorable soñador que se entristecía por no poder conocer el ancho mundo (o la ancha galaxia) ha devenido un lúcido y sombrío conocedor del alma humana, encargado de velar porque esta se mantenga en el lugar correcto. Y como cualquiera que lleve sobre sus espaldas el amargo don de la compresión absoluta, a Luke Skywalker le aguarda, sobre todo, la soledad. ¿O no es significativo que, como se revela al final de El retorno del jedi, lo único que consigue hacerle esbozar una sonrisa sea la compañía de... fantasmas?

1La única trilogía relevante para mí, pues el resto del universo de Star Wars, con la honrosa excepción de Rogue One, me puede gustar y entretener más o menos, pero siendo honesta me cuesta mucho alabar objetivamente su escasa (o nula) calidad, entre otras razones por el cúmulo de absurdidades e inconsistencias fácilmente subsanables si Lucas se hubiera molestado en darle coherencia a las cintas de los 90 (que cuentan con ideas muy potentes e inteligentes, pero en general muy mal desarrolladas) y si Disney se atreviera, en cine o en televisión, a hacer algo políticamente incorrecto y que no fuera un mero fan service. Y para muestra, un botón: «Somos de los pocos caballeros jedi que han sobrevivido a la Orden 66, la flor y nata de la galaxia en cuanto a destreza y estrategia militar. Y por eso vamos a esconder a Luke de su padre (que ignora que su hijo sobrevivió), poniéndole de apellido Skywalker y dejándolo al cuidado del hermanastro de Anakin en el planeta natal de este, en la granja donde Shmi pasó sus últimos años». Y décadas después, la gran pregunta: «Tío, no entiendo cómo han podido adivinar el Emperador y Vader que Anakin tenía un hijo vivo...».

2Supongo que es una perogrullada afirmar que este es el personaje más complejo de la saga, lo que no significa el más atractivo, al menos no para mí; puesto que, si bien Darth Vader funciona a las mil maravillas como villano, Anakin Skywalker me resulta terriblemente desagradable. Y siento decir que el único responsable de ello es Lucas, en buena media por los dos errores de casting sucesivos para encarnarlo, pero, sobre todo, por querer dar una «excusa» a su caída en el lado oscuro mediante una pintura de la Orden jedi como endiosada e intolerante, cuando en realidad es el propio Anakin quien se está comportando como un niño malcriado... Porque a ver, Anakin, majo, que nadie te obliga a ser jedi; que si prefieres casarte y tener hijos, pues sal de la Orden y ya está; que no se puede tener todo en esta vida: se llama madurar. Y, sinceramente, si las cosas te salen mal cuando haces trampa, como que te lo has buscado un poco, ¿no?

3Quizás solo igualado por el de la muerte de Luke Skywalker en Ahch-To, contemplando su estrella binaria igual que lo hacía en Tatooine, en Los últimos jedi, la única película digna de mención de las secuelas; y ello a pesar de ir en contra de la lógica del personaje de Luke para tratar de exculpar a Ben Solo por su caída en el lado oscuro. ¡Si al final la culpa de que haya personas que sucumban al lado oscuro será siempre de los jedi, no te joroba...!


Comentarios

Entradas populares