PERSONAJES FAVORITOS: SPOCK

Recopilatorio sobre mis personajes favoritos del audiovisual fantástico. No aparecen siguiendo ningún orden determinado.

Pocos personajes resultan tan icónicos en la cultura pop como el primer oficial de la nave Enterprise, aunque, irónicamente, y tal vez por eso mismo, salvo aquellos que nos consideramos trekkies o trekkers (a gusto del consumidor), existe un enorme desconocimiento en torno a él, que va desde llamarle «doctor», por analogía con el famoso pediatra americano de apellido homónimo, Benjamin Spock, a creer que lo único que lo distingue de los terrícolas son sus puntiagudas orejas.

El comandante Spock en la estación científica de la Enterprise.

En mi caso, siempre atesoraré un especial cariño por el «señor Spock» —apelativo con el que suelen referirse a él, en lugar de utilizar su rango militar―, en parte porque quien me introdujo en el universo de Star Trek fue mi madre, fan del serial desde que lo vio por primera vez, en una televisión en blanco y negro, cuando era conocido en nuestros lares como La conquista del espacio. Al haberme criado con la revolución en el ámbito audiovisual que supuso La guerra de las galaxias, cuando pude acceder a una de las reposiciones del show creado por Gene Rodenberry no quedé especialmente impresionada, más bien al contrario; y es que, frente a la atemporal y magnífica factura visual de Star Wars, Star Trek se antojaba terriblemente anticuada, en un estallido colorista de flower-power muy típico de los años 60, y que por ello había quedado rápidamente desfasada.

Sin embargo, cuando me molesté en ahondar un poco más ―sí, las madres son unas pesadas... sobre todo cuando tienen razón―, no tardé en advertir que el clasicismo temático y narrativo del universo creado por George Lucas divergía, y mucho, de la perspectiva sobre la realidad de Star Trek, que no se limitaba solo a las aventuras fantásticas rebozadas con un ambiente espacial (esto es, a la space opera), sino que también trataba de introducir reflexiones ontológicas, sociales e incluso metafísicas directamente ligadas a la voluntad especulativa propia de la ciencia ficción. Y ahí, la serie me ganó.

El primer oficial se relaja tocando el arpa vulcana.

De alguna manera, y en parte por tratarse del único tripulante extraterrestre de la nave1, Spock pronto devino la encarnación de todo cuanto este espacio televisivo pretendía transmitir: sentido de lo maravilloso, altruismo, ética, alteridad, tolerancia, aventura, extrañeza, diversidad... Pocas veces se podrá dar suficientes gracias al azar que propició la transición entre un Spock con un comportamiento totalmente humano en el piloto no emitido, «The Cage», hasta uno desapasionado y cerebral. Puesto que la productora obligó a Rodenberry a elegir entre dos personajes, la Número Uno y el oficial científico, el creador del programa decidió optar por el segundo, pero incorporándole la personalidad de la primera. De esta forma, la diferencia principal del vulcano respecto al resto de miembros de la Enterprise no terminaría por ser su piel macilenta —dada su sangre verde― o sus orejas, netamente «élficas» o «diabólicas», sino un talante frío, distante e impertérrito, fruto, en su caso, de una cosmovisión completamente ajena a la humana, lo que, en puridad, resultaba del todo coherente con un individuo alienígena.

La cabina personal del Sr. Spock en «Amok Time».

De esta forma, Gene Rodenberry, D. C. Fontana, Gene L. Coon y el resto de factótums de la propuesta lograron varios objetivos de un plumazo: primero, recalcar que en realidad nuestras diferencias «cosméticas» (raza, sexo, medidas...) son absolutamente superficiales, y que aquellas que en verdad pueden complicar el entendimiento entre las personas responden a cuestiones educativas y culturales, por lo que resulta esencial cultivarse para poder comprender —que no compartir— puntos de vista diferentes o incluso contrarios a los nuestros; segundo, construir toda una sociedad, la vulcana, asentada sobre una idea utópica2, la de la lógica pura primando por encima de los instintos y las emociones, y por tanto civilizada, sofisticada y ecuánime en extremo, pero no por ello un ideal a seguir, ya que la desconexión absoluta de nuestra esencia animal implica desapego, indiferencia y, en el fondo, una ausencia de verdaderos actos morales; y tercero, asegurarse de que el personaje que a priori más complicado lo tenía para conectar con la audiencia, y que aun así era vital para el espíritu de la serie que lo hiciera, encandilara a propios y extraños precisamente al no esforzarse por ser encantador, más bien lo contrario, aprendiendo de la lección bien impartida por Arthur Conan Doyle y su famoso detective.

Según lo expuesto, Spock hace gala de un carácter racional y analítico, lacónico en palabras y gestos, y con un sentido del humor irónico y condescendiente, que suele emplear para relacionarse con sus compañeros, lo que patentiza sutilmente una sensibilidad acorde con su excepcional inteligencia, al ser considerado el mejor oficial científico de la Flota Estelar y una de las grandes mentes de Vulcano.

Primera «reencarnación» de Spock, en una realidad alternativa.

Dueño, además, de unos puntos de vista con frecuencia muy distintos al del resto de sus compañeros, al pertenecer a una cultura donde el ego y las emociones asociadas se consideran una deformación de la psique perniciosa y peligrosa, en su calidad de outsider oficial expresa todas aquellas ideas progresistas, y hasta revolucionarias, que los responsables del show querían transmitir amena y didácticamente a su sociedad. Si además tenemos en cuenta la mayor fuerza física de los vulcanos respecto de los terrícolas, y a todo ello le sumamos la presencia de Leonard Nimoy, sus rasgos alargados, duros y ascéticos y su complexión estilizada ―cual representación protagónica de un iconostasio―, se perfila una imagen de Spock como una criatura evolucionada y superior. Y sin embargo...

Y, sin embargo, nuestro querido primer oficial carga sobre sus hombros con un oneroso peso: y es que se trata del único fruto de la primera unión interespecie vulcano-humana de la historia, famoso, pues, desde su propio nacimiento, lo que se ve agravado al formar parte de una conocida e influyente familia por línea paterna. No es de extrañar, en consecuencia, que el máximo responsable del área científica de la Enterprise se haya sentido como un bicho raro a lo largo de toda su vida, en tanto involuntario y constante foco de atención por su exclusivo mestizaje.

Segunda «reencarnación» de Spock, que ahonda en el pasado del personaje antes de ser el primer oficial de la Enterprise.

De alguna manera siempre condenado a la marginalidad, Spock es un ser profundamente solo, acostumbrado a disimular quién es realmente en compañía de sus compatriotas, dado que palpitan en su interior unos intensos, y vergonzantes, sentimientos humanos que lleva toda la vida sofocando bajo capas y capas de represión. Pero es que también debe disimular en compañía de sus colegas terrestres, incapaces de comprender sus modales distantes y sus reacciones (o, más bien, la ausencia de las mismas) ante las situaciones delicadas. 

Por eso Spock es la perfecta encarnación de los ideales de la Federación; incomprendido por unos y por otros, no pertenece a ningún lugar, de ahí que acepte y entienda mejor que nadie la diferencia y la diversidad, y le abominen la intolerancia, la violencia, el racismo y la xenofobia. Paradójicamente, sobre todo viniendo de un individuo tan cerebral, los nobles principios federados, en su caso no son tanto nacidos de una decisión ética racional, sino de una experiencia vital y emocional.

El escepticismo de Spock.

Por este motivo, Spock hace buena la famosa frase de Scott Fitzgerald: «Muéstrame a un héroe, y te escribiré una tragedia». Y es que la consagración de su existencia a la exploración espacial, más allá del ideal de científico vocacional que también encarna el vulcano, implica en su caso aferrarse a una de las pocas vías a su disposición, en el seno de la rígida educación de su planeta, para indagar en la alteridad, es decir, en sí mismo, el paria por excelencia.

En este sentido, una vez asumida su imposibilidad de ser en verdad feliz, Spock busca «lógicamente» alternativas para llevar una vida, sino plena, al menos útil; y como miembro de un mundo donde el bien común prima sobre los intereses egoístas, predica con el ejemplo, como no podría ser de otro modo viniendo de alguien profundamente ético. Víctima, pues, tanto de su medio ―el desafecto de su padre― como de sí mismo ―su lucha interior por congeniar sus herencias antagónicas―, se entiende por todo ello que el oficial científico sienta la Flota Estelar en general, y el Enterprise en particular, como lo más parecido que ha tenido a un hogar, y a sus amigos más cercanos, como lo más parecido a una familia. Por eso, en más de una ocasión, James Kirk se refiere a Spock como «hermano» y, aunque éste jamás utilice un lenguaje tan emotivo, a la postre siempre refrenda la opinión del capitán.

1Quisiera aclarar que me voy a referir sobre todo al Spock interpretado por Leonard Nimoy y a la serie clásica. No me desagradan en absoluto Zachary Quinto o Ethan Peck (todo lo contrario), pero el rango de icono pop del personaje se debe en buena medida a la espléndida caracterización del mismo, de impactante, reconocible y subyugadora estética, a cargo de la producción original.

2Como, por cierto, los estados soviéticos.

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