12. «After Life» T6, Ep. 03

Este artículo forma parte de una Lista de los mejores episodios de Spike

Puesto que «After Life» viene después del frenético arco argumental conformado por «Bargaining: Part 1» y «Bargaining: Part 2», en buena medida podría ser considerado como un episodio de transición; desde luego, la superflua intriga de misterio sobre la cual pivota la trama no dice mucho en favor del guion de Jane Espenson. Y, sin embargo, un visionado atento del capítulo evidencia que funciona perfectamente, puesto que logra de pleno su propósito último, esto es, el de servir de vehículo para mostrarnos con detalle la reacción de todos los personajes, Buffy incluida, ante su regreso de entre los muertos. Además, perfila una de las constantes de la etapa más sombría y adulta de la serie, que es la de anteponer lo psicológico a lo fantástico. Y si a ello le añadimos que el estrés postraumático de Buffy, la desesperación amatoria de Spike, la adicción al poder de Willow, la soledad de Dawn... es decir, todos los hilos narrativos posteriores, se encuentran ya latentes en los apenas 42 minutos de duración del episodio, sin duda «After Life» deviene, al final, una pequeña joya escondida en medio de una temporada que destaca por la altísima calidad de sus libretos.

Xander, Anya, Tara y Willow mirando incrédulos y preocupados a una resucitada Buffy.

Pero es que, encima, en cuanto a Spike se refiere, el capítulo resulta fundamental para apreciar la faceta más positiva del vampiro londinense, esa que surge de su sentimiento de culpa por no haber podido proteger a Dawn como le prometió a Buffy. Porque no tardaremos en saber que, durante casi cinco meses, tanto sus actos ―patrullando con los Scoobies y cuidando de Dawn― como sus pensamientos ―reviviendo una y otra vez el día en que Buffy murió para darle un desenlace feliz― no han sido nada más que una constante expiación. Spike, el monstruo sin alma, siente un dolor tan insoportable por haber perdido a su amada que necesita aferrarse a la palabra dada para no enloquecer: él, que carece del más mínimo vestigio de sentido del deber. No es de extrañar que, al verla de pronto resucitada, en vez de hacer un alarde de emotividad, como cabría esperar conociendo su apasionado temperamento, se quede en silencio, extático y arrebatado. Y poco a poco sus sentimientos irán reflejándose suavemente en su rostro: asombro, felicidad, miedo, tristeza, ternura...


«¿Buff? ¿Cazadora? ¿Estás bien?»

James Marsters vuelve a salir airoso del lance, pues hace creíbles los bruscos, pero comprensibles, cambios de humor de Spike: primero, la dulzura con la que toma las magulladas manos de Buffy y responde a la pregunta de la joven sobre cuánto tiempo ha pasado desde su muerte, logrando que todos nos conmovamos al constatar que ha estado contando los días; segundo, las lágrimas de shock y rabia que bañan su cara cuando increpa a Xander, reprochándole no solo que no le contaran su propósito de devolverla de la muerte, sino también su insensatez por usar una magia tan negra; tercero, su desesperación histérica en la soledad de su cripta, tan sobrepasado por sus propias emociones que incluso se autolesiona; luego, la confesión ante Buffy de su sensación de culpa y fracaso, con un deje a la vez irónico y suplicante; y, finalmente, su mudo estupor al escuchar el secreto que atenaza el ánimo de la slayer. La sensibilidad que demuestra Spike a lo largo del metraje es tal, sobre todo en comparación a la bienintencionada pero errónea actitud del resto o de su inopia, que se entiende que una Buffy llevada al límite lo elija a él como confidente. Más allá de que el chupasangre británico no tuviera nada que ver con su resurrección, en el fondo es el único capaz de comprender realmente lo que se siente al regresar de la tumba, teniendo que destrozarse los nudillos para poder salir del ataúd. Y de esta forma exquisitamente sutil, Espenson da un paso más en el progresivo acercamiento de Spike y Buffy, al equiparar la dificultad y hondura de las experiencias y emociones de la protagonista con las del vampiro rubio, nuevamente condenados, pues, a entenderse, ya que, por desgracia, ambos parecen estar excluidos de todo lo bueno y bello que ofrece la vida: un cierre tan desolador como sugerente.


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